lunes, 9 de marzo de 2009

El rabioso mal de los amores



Desde hace un tiempo tiendo a diferenciar dos tipos de amor. Hay un amor que es el fruto de la convivencia. Es el ágape. Uno se apoya en el otro. Es un sentimiento constante, lleno de cotidianeidad, de hartura, y de un raro sentir que nos hace imprescindibles a la otra persona.

Pero otro amor existe que no es igual. Es una pasión, una sacudida, un rapto, un anhelo. Es extraño. Uno no reflexiona qué es aquello o si lo hace no llama amor.

Es un sentimiento que siempre pide más, que quiere ir continuamente más lejos, y que ve al ser amado, no como una persona sino como una divinidad, como un dios inaccesible. Es como ir subiendo una escalera cuyo final no se esclarece. Se ama a una persona concreta, pero también a un símbolo que esa persona temporalmente encarna.



Y cuando ese sentimiendo se quiebra entonces la persona deja de ser dios y se hace hombre, y es entonces cuando sabemos que el trastorno que hemos padecido se llama amor, y quisiéramos seguir a esa persona, pero ya entonces no podemos. Ya no podemos andar. Se borra el camino. Conocemos el amor cuando se ha ido, y mientras estuvo siempre quisimos más. Pues si el ser no es divino no nos vale.


El rabioso mal de los amores, como dicen muchos autores, su misma imposibilidad...

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